De 13 misioneros en 1987 a casi 4000 discípulos en 2017

05.11.2017

En octubre de 1987, trece misioneros de la iglesia de Boston arribaron al D.F. para iniciar una congregación similar a la de Boston. Dirigidos por Phil Lamb, este grupo de norteamericanos con poco español y con muchas ganas de propagar el evangelio pusieron las bases de la ICOC en América Latina. Otro grupo llegaría ese mismo año a Brasil y a Argentina. Al parecer, sólo Jaime De Anda, prominente investigador de origen latino, sabía español en ese grupo. Empezaron a compartir en las universidades. La estrategia era clara: atraer al mayor número de jóvenes prominentes para tener una base sólida en la misión. El primer mexicano bautizado fue Alejandro Zamora, tres minutos después, Juan Enrique Moguel. Empezaría así la historia de la iglesia internacional de Cristo en México.

Los primeros años registraron un crecimiento espectacular: en 1990 se bautizaron 301; en 1991, 521 en 1992, 419. En esos años, además del Evangelio, en la joven iglesia se propagó también la cultura estadunidense. Vicios y virtudes fueron adoptados también por los jóvenes miembros de México. ¡Incluso las frases en "espanglish"! Muchos de los recuerdos, de las victorias y derrotas de esa época continúan presenten en la mente de muchos de los miembros más antiguos. Felipe Lamb era un misionero más o menos experimentado y sabía que la joven iglesia necesitaba de todo el tiempo y todo los recursos de los misioneros. También de los nuevos miembros. Este es un proceso natural: los grupos pequeños saben que de la sobrevivencia de cada miembro depende la existencia de todo el grupo. No es lo mismo perder uno en una colectividad de mil que en una de diez. Además de ese proceso natural de sobrevivencia, la ICOC en México debía transmitir las prácticas ya de por sí estrictas de la iglesia en Boston, donde Kip ya despegaba como un líder principal y peculiar entre las iglesias de Cristo. La consecuencia: ese crecimiento numérico que reportan las estadísticas pero también la semilla de mucho rencor y resentimiento de aquellos primeros miembros que no soportaron ese regimen cuasi militar y que salieron heridos.

Los misioneros en México desarrollaron un sentido de lealtad que según Foster Stanback era de los más notables entre los grupos misioneros que salían de Boston. En efecto, además de la relación con Dios, la confesión de pecados y el evangelismo, se esperaba que cada miembro fuera fiel al líder. Lamb, como todo hombre, tenía defectos, pero esta suerte de hiper lealtad provocó que muchos de los misioneros y luego los primeros convertidos, no hablaran sobre los problemas de carácter que evidentemente tenía el líder de la misión. Felipe dejaría el ministerio años después por problemas familiares que quizá pudieron corregirse en esos años en México.

Los misioneros, pues, tenían un claro objetivo: ir primero por gente de la clase media o alta. En las universidades se bautizaron los futuros líderes. En esto sí hay novedad: a diferencia de la mayoría de grupos evangélicos, la ICOC no tenía como objetivo primario ir por las clases bajas. Los primeros bautizados eran de la clase media o universitarios con sus licenciaturas a punto de concluir. En un pasaje revelador, Foster Stanback dice:

Irónicamente, el futuro líder de la Iglesia de la Ciudad de México, que animaría después a miles, no fue convertido así (en charlas universitarias o en áreas de clase media). Una vez, durante una reunión de internos, se retó a no continuar compartiendo la fe en una estación de metro frecuentada por el segmento más pobre de la población. Un interno, que luego dirigiría no sólo la Iglesia en la ciudad de México sino que supervisaría todas las iglesias en toda la nación, intervino y dijo que, de hecho, él había sido conocido por un cristiano que compartía su fe en las afueras del metro.

Está hablando de Josué Ortega. Pero antes de Josué, que iría a dirigir las iglesias de Chile y Guatemala, Pedro García llegó a dirigir la iglesia en 1993. Felipe fue a Florida y desde allá, siendo líder de sector mundial, discipularía al cuñado de Kip. En efecto, Pedro García es hermano de Elena McKean y tenía experiencia misionera en Colombia y Brasil. Cuentan que Pedro detectó una división cuando Felipe todavía dirigía la iglesia en México. Un interno mexicano cuestionó el liderazgo de los misioneros y otros miembros del staff que eran extranjeros en su mayoría. Luego de algunas pláticas, el hermano terminó yéndose de la iglesia. Este acto constituyó un golpe en la membresía pues al parecer varios miembros se fueron si no con él si por él. Pero, más que este conflicto interno, en 1990 se tomó una decisión que también provocaría inestabilidad: enviar grandes equipos misioneros a ciudades como Monterrey, Guadalajara y Puebla. Aquí hubo una ruptura con las prácticas de Boston pues en esos equipos misioneros no sólo había cristianos maduros sino también jóvenes débiles. Algunos no encontraban trabajo, seguían con sus luchas y eventualmente abandonaron la misión. Sin embargo, la mayoría permaneció. Con esas primeras misiones, había concluido el liderazgo de los Lamb y empezaba el de los García. Era el año 1992.

Con los García llegó el despegue de la ICOC en México. Miles se bautizaron en esos años. En 1998, fueron bautizados 1430. Fueron enviadas misiones a Bolivia, Nicaragua, Cuba. Otras ciudades en el país también estuvieron dentro del plan de evangelización. En el D.F., el ministerio universitario tuvo un crecimiento sin precedentes. Miles de estudiantes de la UNAM y el Politécnico llegaron a la ICOC. Ahí nació uno de los principales líderes de la ICOC: Carlos García. Carlos, amigo y discípulo de Pedro, influyó de manera notable en toda una generación de discípulos. Podríamos llamar a esa generación la de los "García", sin duda de las más importantes en la breve historia de la ICOC en México. Importante por el impacto que tuvieron en su momento pero más aún por lo que hoy son: la mayor parte del liderazgo principal hoy en día llegó o se formó bajo el liderazgo de Carlos García, discípulo de Pedro García. Antes de que Josué tomara la dirección de la iglesia, Carlos llegó a dirigir prácticamente la mitad de la iglesia en el D.F.

Con Pedro García, el crecimiento provocó una redefinición en la organización de la iglesia. En una iglesia de por lo menos tres mil, se hacía imperativo la delegación de responsabilidades. Así, se crearon las superrregiones, formadas por regiones, a su vez compuestas por sectores y estos por charlas. Salvo los universitarios, ahora la estrategia era netamente geográfica. Ya no importó la clase social sino la llegada de nuevos miembros. En cierta manera, Pedro se encargó de formar a los líderes que tomarían la responsabilidad cuando él partiera. Aunque Felipe había elegido ya a una masa crítica, el grueso de las prácticas y de las convicciones fueron terminadas de pulir con Pedro. En México Roberto Arroyo, Juan Enrique Moguel, Gilberto Tello y Carlos García, en Centroamérica, Josué Ortega y Hector Cruz fueron los artífices del crecimiento sin precedentes de la ICOC en América Latina (excluyendo a Brasil, otro gigante de la ICOC). Kip seguramente se debió sentir feliz por lo que pasaba al sur del Río Bravo. Pues, en efecto, la ICOC estaba creciendo.

En 1999, Josué Ortega es nombrado líder de la Iglesia de Cristo en México. Josué venía de Guatemala y de ahí trajo a varios hermanos para entrenarlos y también para apoyarlo. Para algunos el nombramiento fue sorpresivo pues se esperaba que Carlos fuera el líder. En todo caso, Pedro fue a Los Ángeles a suplir a Felipe Lamb y a convertirse en el líder del sector mundial de América Latina.

Con Josué se inicia una nueva etapa en el liderazgo de la iglesia. Carlos García dejó de dirigir los universitarios, (posteriormente iría a plantar la iglesia en Villahermosa) Mario Espinoza se convierte en líder de superregión, regresa Leonel Torres de Monterrey, también regresa Hector Cruz de Guatemala. Pero, más allá de los cambios en los hombres, el cambio más notable fue en el estilo de dirigir. Luego de una época (prácticamente una década) de una dirección estricta y rígida, con Josué cambiaría incluso la forma de dar sermones. Aunque puede achacarse todavía a la dirección de Pedro, lo cierto es que en 1999 la iglesia bautizó a más de 1500 personas, el máximo histórico de bautizos (récord en ese año también se registraron en Monterrey y Puebla).

Así, al llegar el nuevo milenio, la Iglesia en México ya contaba en todos sus puestos de dirección con nacionales: ningún extranjero ocupaba puestos principales de administración. Josué comprendió desde antes de la turbulencia de 2003 la necesidad de implementar el liderazgo en equipo. Es notable que incluso hoy se lea que la iglesia es dirigida por un grupo de hermanos (los líderes de superregión) y no por un sólo hombre. Josué, sin embargo, sigue ocupando el puesto de "vocero" del grupo dirigente.

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